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La vida del ser humano está llena de pequeños detalles, placeres mínimos, que la hacen más habitable y feliz. Como especie, somos animales terriblemente hedonistas que subconscientemente estamos tratando de gratificarnos y de huir del dolor y las turbaciones (paradójicamente, por lo general caemos en lo contrario con esa conducta instintiva).
Nos acicalamos, nos regalamos las más exquisitas bebidas y comidas, buscamos nuestra zona de confort, procuramos lo mullido, tratamos de hacer el menor esfuerzo físico e intelectual… y pensamos que por eso somos felices.
Hay algo de cierto en ello.
Y lo hay porque nuestra vida está llena de pequeños placeres que nos procuran alegría y gusto. Y mientras más alegría y gusto, pensamos, creemos que somos felices.
No entraré aquí en disquisiciones filosóficas sobre la esencia de la felicidad, qué flojera, pero sí dejo sentado que a todos nos gusta vivir bien (que no es lo mismo que vivir en bienestar, je).
Pero ahora resulta que todo lo que hacemos para gozar nuestra existencia es malo, pésimo, un arma que nos está matando lentamente, si le creemos a lo que se lee cotidianamente en Internet.
Que usted se levanta temprano y toma una ducha caliente, malo; que se atiborra con alguna de las delicias del desayuno mexicano; malo, que toma café con un pan, ¡horror! (y peor aún si lo toma con leche).
¿Sale a correr por las mañanas? Se va a quedar pronto sin rodillas. ¿No sale y se queda sentado en el sofá? Maldición, porque la falta de movilidad lo va a dejar tullido, por lo menos. ¿Va al gimnasio? Lo matarán los esfuerzos; ¿no va? Se va a convertir en un inútil físico, proclive a un ataque al corazón o al cerebro.
Y más: la harina es mala; el azúcar, veneno; la sal, ponzoña pura; el aceite con el que guisamos es propio para los motores, no para nuestro intestino. Recuerdo un nutricionista que hace algunos años me propuso una dieta que parecía más un castigo de la Inquisición por apostasía: “¿Pan? Puede comer todo el que no sabe sabroso”, fue su condena más exquisita.
Vivimos y terminamos presa de nuestra propia conciencia, acusados por nosotros mismos de atentar contra nuestra vida por hábitos que están en contra de todo lo que es bueno. Lo mejor pareciera vivir como un asceta rendido, muy de acuerdo con el pensamiento del Patriarca de Morena: no tener lujos, no viajar en primera clase, no usar ropajes finos y de marca, no asistir a restaurantes y bares exclusivos, no tener vehículos imponentes y blindados… no ser aspiracionistas.
¿Por qué tantos artículos y tanto consejo y tantos estudios que terminan revelando que el placer es malo?
Hay una razón que proviene de la mercadotecnia, ese motor que mueve el mundo y la economía global. Los grandes comerciantes terminaron por cambiar el objeto de su existencia, que inicialmente era la satisfacción del comprador, cuando concluyeron que para vender más y tener mayores ganancias necesitaban clientes insatisfechos.
Si el ser humano no se siente bien y a gusto, tratará de complacerse consumiendo bienes y productos, se convertirá en un comprador compulsivo.
Así que lo mejor es convencerlo de que todo lo que le produce algún placer hedonista, es malo, es el infierno. Y por eso Internet está lleno de tantos consejos y amenazas en contra de todo lo que nos hace vivir la vida a gusto.
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