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“… Si tocare tan solamente su manto, seré salva”.
Marcos 5-28
Comentarle mi apreciado lector (a) que, los glóbulos rojos son células sanguíneas que se producen en la Médula Ósea y que contienen una proteína llamada Hemoglobina que a su vez, tiene la función de transportar el Oxígeno desde los pulmones a todas partes del cuerpo.
Explicarle que los niveles de Hemoglobina inferiores a lo normal, indican que él, o la paciente, padece Anemia.
En ese sentido, los valores normales de Hemoglobina en la mujer son de 11.6 a 15 gramos por decilitro de sangre. Es decir que, si una mujer tiene menos de 11.6 gramos por decilitro, quiere decir que esa mujer, padece Anemia.
Por otra parte, la Anemia se produce por la falta de glóbulos rojos o la presencia de glóbulos rojos disfuncionales en la sangre, que provoca una reducción del flujo de Oxígeno hacia los órganos, entre ellos el Cerebro, es por eso que la cuando la mujer padece Anemia, podría sentir mareos e incluso sobrevenir un desmayo.
Otros síntomas de la Anemia son la fatiga, palidez, dificultad para respirar, aturdimiento y ritmo cardíaco acelerado.
Así mismo, el tratamiento dependerá del diagnóstico diferencial, en virtud de que por ejemplo, una mujer pudiera tener dificultad para respirar y entrar en pánico al reflexionar que pudiera tratarse de Coronavirus y lo que este padeciendo realmente, sea Anemia.
Sin embargo, para el caso específico de la Anemia, se pueden utilizar suplementos de hierro para la carencia de este mineral.
Estos signos y síntomas de la Anemia, me hacen reflexionar seriamente en el caso de la mujer que desesperada, tocó el manto de Jesús por padecer flujo de sangre desde hacía nada más ni nada menos que 12 años.
Es muy probable que la mujer que por cierto la Biblia por alguna razón no proporciona su nombre, haya tenido un promedio de entre 7 y 8 de Hemoglobina debido al tiempo de padecer dicho flujo.
En ese sentido, el capítulo 5 y versículos del 21 al 43 del libro de Marcos de la Biblia, lo describen en dos historias reales encadenadas e imposible de separar. De hecho, se puede observar claramente que de alguna manera, Dios lo quiso así pues toda palabra de la Biblia, es inspirada por Dios.
En ese sentido, la fe y la postración ante Jesús en ambos casos, son dos características fundamentales.
Aquí solamente escribiré del versículo 21 al 34 pues aunque las historias están completamente enlazadas y terminan en el versículo 43, me basaré solamente en la mujer que tocó el manto de Jesús. De hecho, el texto dice así.
“Pasando otra vez Jesús en una barca a la otra orilla, se reunió alrededor de él una gran multitud; y él estaba junto al mar.
Y vino uno de los principales de la sinagoga, llamado Jairo; y luego que le vio, se postró a sus pies, y le rogaba mucho, diciendo: Mi hija está agonizando; ven y pon las manos sobre ella para que sea salva, y vivirá.
Fue, pues, con él; y le seguía una gran multitud, y le apretaban.
Pero una mujer que desde hacía doce años padecía de flujo de sangre, y había sufrido mucho de muchos médicos, y gastado todo lo que tenía, y nada había aprovechado, antes le iba peor, cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás entre la multitud, y tocó su manto.
Porque decía: Si tocare tan solamente su manto, seré salva.
Y en seguida la fuente de su sangre se secó; y sintió en el cuerpo que estaba sana de aquel azote.
Luego Jesús, conociendo en sí mismo el poder que había salido de él, volviéndose a la multitud, dijo: ¿Quién ha tocado mis vestidos?
Sus discípulos le dijeron: Ves que la multitud te aprieta, y dices: ¿Quién me ha tocado?
Pero él miraba alrededor para ver quién había hecho esto.
Entonces la mujer, temiendo y temblando, sabiendo lo que en ella había sido hecho, vino y se postró delante de él, y le dijo toda la verdad.
Y él le dijo: Hija, tu fe te ha hecho salva; ve en paz, y queda sana de tu azote”.
Imagine la escena apreciado lector (a); como podemos ver desde el principio a Jesús siempre lo seguía una gran multitud, situación que nos hace reflexionar que quien quería hablar con él, tenía que hacerlo de frente y aunque la palabra de Dios no lo dice, Jairo que por cierto era uno de los principales de la sinagoga es muy probable que a Jesús lo haya abordado de frente postrándose a sus pies.
En ese sentido, las palabras de ruego por la vida de su hijita demuestran una gran fe al decir: “Ven y pon las manos sobre ella para que sea salva y vivirá”.
Luego entonces, Jairo al tocar el Corazón de Jesús, decidió ir con él pero también se puede observar en el texto bíblico que la multitud no se quedó ahí, sino que lo seguían por el camino; la gente quería estar a su lado y enterarse de los milagros que Jesús realizaba a cada paso que daba; también es evidente que por alguna razón, Jesús lo permitía, de hecho, era tanta la gente que lo aprisionaba que en el capítulo 4 del mismo libro, quizás algunos de ellos, habían sido testigos de cómo Jesús sanó al endemoniado gadareno.
Fue en ese momento cuando la afligida, demacrada, débil y pálida mujer del flujo, pudo llegar hasta Él por la parte de atrás, quizás aprovechando que Jesús se encontraba distraído pensando cómo le haría con Jairo y su hijita enferma.
La mujer que tocó el manto de Jesús, seguramente anémica por los 12 años que llevaba con hemorragias, pudo abrirse camino en medio de la gente a pesar de estar muy cansada y desgastada tanto física como económicamente.
Se puede entender que la mujer que tocó el manto de Jesús no estaba desnutrida de lo contrario su caso hubiese sido fatal, más bien quizás, era una mujer adinerada que había sufrido mucho y que había visitado a todos los médicos que tenía a su alcance gastando todo lo que tenía, sin embargo, nunca fue sanada, situación que indica por completo que hay padecimientos y enfermedades que solo Dios puede sanar pero para esto, debemos literalmente tener una fe ciega, y orar postrados ante él.
Imagine la escena apreciado lector (a), la débil mujer se habré como puede camino ante la multitud, quizás en esos tiempos, no faltó alguien que al sentirse que era removido, desplazado o incluso empujado por la desesperada mujer, la haya empujado también, pero a ella nada le interesó; ella escucho que Jesús realizaba milagros y llegó hasta Él arriesgándose incluso a que por la Anemia provocada por los abundantes sangrados, pudiera desmayarse e incluso morir en el intento, de un Paro Cardiaco.
Ella tenía una meta bien fija y sus palabras en su interior retumbaban en sus pensamientos. “Si tocare tan solamente su manto seré salva”.
Es por eso que si podemos leer en la bendita palabra de Dios, el milagro se dio de manera inmediata pues el flujo de su sangre se secó y sintió en su cuerpo inmediatamente que había sanado. La palabra también enseña que el estar sano, también es un sano sentimiento. Es decir que ella ni siquiera tuvo que entregar sus pecados a Jesús, pues cuando se tiene una fe ciega, Jesús con su infinita misericordia puede sanar, y lo demás es, punto y aparte.
Pero Jesús también sabe quién lo toca con toda la fe por delante, pues Jesús a pesar de que la gente lo apretujaba supo inmediatamente que alguien lo había tocado con fe desmedida. Jesús sintió inmediatamente que había salido poder de él, y fue entonces cuando pregunto a la multitud: “¿Quién ha tocado mis vestidos?”
De plano los discípulos extrañados le dicen: “Ves que la multitud te aprieta y dices”: “¿Quién me ha tocado?”
Pero se puede ver claramente que Jesús no se quedó con las palabras de sus apóstoles entre los que seguramente se encontraba Mateo quien describe la misma historia en Mateo 9:18-26. Dicho evento también lo describe el libro de Lucas 8:40-56 donde se puede ver también, que era tanta la fe de Lucas quien describe el momento como si hubiera estado en la escena, pues hay que recordar que Lucas quien por cierto era médico de profesión, no conoció a Jesús, Lucas fue uno de los fieles discípulos de Jesús que surgió posterior a su muerte y resurrección, es decir que, alguien le tuvo que narrar los sucesos y él los escribió.
En fin, Jesús no se queda con la versión que le dan sus discípulos, sino que comienza a buscar a su alrededor pues quería saber quién lo había tocado con tanta fe.
Fue en ese momento cuando la mujer temiendo y temblando vino y se postró ante él y le dijo toda la verdad, es decir, le hablo a Jesús sobre todo el sufrimiento que había padecido, sobre sus sangrados, que había visitado todos los médicos que se encontraban en la zona y la región y que había gastado todo lo que tenía pero que ninguno había podido sanarla.
El suceso nos hace reflexionar en que los médicos, solo son instrumentos de Dios, que muchas de las veces dan su vida por los enfermos eso sí, pero que habrá momentos en que no podrán sanar a todos, pues existen enfermedades como el flujo de sangre de la mujer que tocó el manto de Jesús y el Coronavirus, que solo Jesús y el Dios todopoderoso, lo pueden sanar. Es por eso que en los tiempos de neumonías virales, debemos encomendarnos con toda fe a Dios.
Explicarle con pena ajena y de antemano espero me perdone apreciado lector (a) que, los santos y las vírgenes (excepto la Virgen María), no existen; cuando una persona ora a un santo o a una virgen eso se llama idolatría y la idolatría a Dios no le agrada. Cuando una persona pide a un santo o a una virgen y por fortuna es sanada, no lo sanó el santo ni la virgen, sino que Dios ve la fe de la persona que se arrodilla con fe y entonces Dios con su infinita misericordia actúa y lo sana, es decir, no hay más intercesor que Jesús.
De hecho Primera de Pedro 1:15-16 dice que santos deberíamos ser todos. La palabra de Dios dice así. “Más bien, sean ustedes santos en todo lo que hagan, como también es santo quien los llamó; pues está escrito: Sean santos, porque yo soy santo”.
Es por eso que Jesús al saber que la mujer había quedado salva por su fe de tocar el manto de Jesús le dijo: “Hija, tu fe te ha hecho salva; ve en paz y queda sana de tu azote”.
Jesús no tan solo la sana de su padecimiento sino que por su fe también la hace salva, es decir que, esa mujer, sin duda, estará con Jesús por la eternidad tan solo por haber sido la mujer que cansada y agobiada tocó el manto de Jesús.
Eso es mí apreciado lector (a), lo que tenemos que hacer con toda la fe por delante ante el Coronavirus, imaginar derrotados y afligidos en nuestras oraciones, que estamos postrados ante los pies de Jesús, que arrodillados tocamos su manto para ser sanados.
Ante la contingencia por el Coronavirus, oremos con mucha fe con la esperanza de que Dios seguramente hará el resto. Lo que nos está ocurriendo no es un castigo divino, sin embargo, por alguna razón a pesar de que Dios nos ama, también lo permite; usted y yo sabemos perfectamente las razones fundamentales de lo que ocurre en el mundo entero.
No tomemos como algo malo la situación del Coronavirus, pues el regreso de Jesús está muy próximo.
Por otra parte, reflexionemos en que debemos ser obedientes ante las medidas de nuestras autoridades del sector salud; sino no lo tenemos, debemos aprender el hábito de ser disciplinados, ese ha sido el éxito de China, un país en el que inició todo y ahora están libres del padecimiento que parece ser, el mal del siglo XIX.
Que Dios nos bendiga siempre.
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