18 de Abril de 2024
Entorno Político | OPINIÓN
Domingo 21 de Mayo de 2017 | 8:55 p.m.
Jorge Ramírez Pérez
Jorge Ramírez Pérez
Geopolítica
El Grave Problema de la Seguridad Perdida. Parte tres

“si el legislador aplica a un crimen un castigo menor que el necesario para que el miedo pese mas que la pasión, el exceso de pasión sobre el miedo al castigo, por el cual se comete el crimen, hay que imputárselo al legislador, esto es al soberano”

Thomas Hobbes en Tratado sobre el ciudadano


Por supuesto que el famoso contractualista al señalar el sentido del efecto del miedo, revela que no puede estar equilibrada una ley con el deseo insano de violentarla, porque en tal caso se está estimulando la acción delictiva. Tampoco  puede decirse que hay que endurecer las leyes de manera extrema, como señala el libro  “A Sangre y Fuego”, las prácticas en uso en París en el siglo XVIII, que consistían en castigar a los ladrones, metiéndolos en un saco que cosían, en el que estaba dentro un perro rabioso hambriento y  que era arrojado al Río Sena.

En definitiva no se podía pensar hipotéticamente que desalentar el crimen de esa manera, desmotivaría su repetición; porque no habría nadie que escapara de ser comido por el can y a la vez ahogado irremediablemente.

El problema es saber en principio como opera algo que es aterrador para los ciudadanos.

El crimen se organiza para sacar ventaja de las reglas que se aplican a todos. En otras palabras, surge en la medida que se convierte en un híbrido donde los que se encargan de aplicar la ley; no solo voltean al lado donde no sucede nada, sino son incorporados a formar parte del programa de protección de las redes y operaciones, de los tiempos y movimientos que elevan por la logística y por la certeza de la operación  las utilidades de la pandilla.

Una que empieza con el apoyo de los malos gobernantes, a transformarse de una célula de respuesta coyuntural, en una empresa con fachada paralela, una formal y una real, capaz de llegar a influir en las mentes que perfilan los sistemas penales, como en los legislativos donde se elaboran las leyes y se diseñan los castigos, para que no se desmotiven al grado de abandonar la actividad, quienes están plenamente involucrados, porque atrás de los discursos de derechos humanos, hay fuerzas que son impulsadas desde la clandestinidad.

Y en este tipo de sistemas  las jerarquías son insalvables, porque representan el grado no solo de ingresos sino,  la distancia efectiva de los riesgos; es decir a mayor nivel en la escala criminal y su contraparte paralela: la escala de funcionarios sucios, menor el riesgo.

Por eso en las infanterías de hasta abajo, donde están los operarios; las muertes son frecuentes, porque son carne de cañón desechable, que alimentan las fosas clandestinas donde quedan las  víctimas de una chamba ocasional, un “jale” rápido, de comandos de jovencillos engañados que sirven de carnada con su vida, para ubicar bandas competidoras; o para realizar trabajos criminales y  que después son eliminados para no dejar rastro.

El cinismo de los que juegan con esas vidas es pasmoso, a los que se les ha consignado en sus declaraciones, hablan con una frialdad que refleja una existencia sin una pizca de  remordimiento, seres desprovistos de calidad humana elemental, mas que inmorales, amorales.

Pero en todas las escalas paralelas a los jefes, se les guarda respeto por su maldad sin límites; exactamente lo que temía Hobbes desde el siglo XVII: la pasión de la perversión es mucho mayor que el miedo a las leyes. Por eso existen las escuelas modernas de derecho que hacen todo lo posible por atenuar las leyes y volverlas laxas, cómodas para el criminal; que en los niveles superiores del bajo mundo, se mofan hasta el cansancio de leyes y de los que “no agarran la onda” y de los que “no entienden la vida” creyendo que el crimen se puede reducir.

Por eso es que el derecho penal es un negocio muy establecido, donde los amparos a los criminales son verdaderas patentes de corso, que se usan como un salvoconducto para poder delinquir sin restricciones.

Cuando las autoridades bajo circunstancias de mucha presión, logran detectar una elaborada red de criminales; se ven bajo el cristal de la verdad, ante una valiosa evidencia, que por medio de los intermediarios del hampa, adquiere un costo de oportunidad alto, que siempre pone ante el funcionario o juez, dos opiniones de colaboradores, la del idealista que quiere se aplique con rigor la ley y la del amigo “práctico” que le pone precio a presentar los documentos con errores y deficiencias que harán nugatorias, mediante los argumentos asesorados por los mismos seudo defensores de la ley, con un costo adicional, los abogados de los malosos, para interponer los recursos que reducen o desaparecen las causas de la aplicación de las normas.

Por eso la gente sabe que salen los malos de cualquier encierro y además con el riesgo de que puedan sufrir las consabidas represalias letales hacia sus acusadores, “por chivas” que en caso de cometerse, convierten en un filósofo maldito al funcionario, que dice lacónicamente: “era lógico”.

Porque la lógica que impera no es la de las leyes sino una lógica del hampa, en la que lo común que escucha el ciudadano es: “no te metas”, “ es muy delicado”, “ tienen padrino” y una serie de sandeces que ponen a los ciudadanos en el terror y no al revés, a los delincuentes que debían considerar que en algunos casos, como la reincidencia de homicidio, la de violación, por ejemplo: la pena de muerte es necesaria.

Porque de otra manera tenemos cientos de jóvenes quienes en su temprana edad aprendieron el oficio de tinieblas de quitar vidas, y no son pocos los que llevan en unos cuantos años en su haber veinte o más vidas, de manera flagrante. La de sicario o asesino, es una profesión elevada en corridos a la categoría de honorabilidad y machismo a toda prueba.

En síntesis cada negocio tiene su contraparte y su “lógica”. Cada escala jerárquica tiene su correspondiente en las llamadas fuerzas del orden y hasta arriba, cada organización del crimen, como cada estructura del gobierno que se hace sucia, porque llegar y no robar es de tontos, tienen información que facilitan a sus contrarios; y generalmente se puede decir que cada jefe, en el lado oscuro de su cara, deja ver una mueca del inmenso vacío, que tienen en el interés colectivo. 

*** Las ideas y opiniones aquí expresadas son responsabilidad exclusiva del autor y no necesariamente reflejan el punto de vista de Entorno Político.

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